lunes, 16 de marzo de 2009

Be S.O.S






















Y dime sí.


Dime si me querrás cuando me hinche como una pelota, cuando tus labios se conviertan en un paisaje desconocido para mí y tu piel en un laberinto que no sepa recorrer si no es a base de tropiezos.
Dime si me querrás cuando mis manos pierdan su textura suave, cuando no puedan calmar una temperatura por exceso o por defecto, cuando no exista un antifaz capaz de hacerme ser un poco más guapa. Dime si me querrás cuando se borre la sonrisa, cuando se pierdan mis ganas de jugar y mi tema de conversación. Cuando te esquive por orgullo esperando que me abraces, causando una confusión que nadie soportaría.
Dime si me querrás cuando ni yo misma lo sepa, ni lo que pasa, ni lo que tengo, ni lo que soy. Cuando ya no quede nada de eso que un día creíste encontrar en mí.
Dime si me querrás cuando la ilusión de la novedad se apague y no queden más que verdades, que rutinas.
Dime si me querrás cuando lo descubras: que yo creo que no podría, que no se puede vivir del amor.

El (g)Rito.



Algo falla, sin embargo, al recostarme en la ventana todo parece mucho más fácil. Observo a las nubes expandirse, caminando hacia mí. Ni siquiera un día como hoy me preocupa que el sol se haya vuelto tímido.
Pero algo falla. Lo pienso mientras procedo con mi ritual. Enciendo un cigarrillo. El primero del día a las siete de la tarde. Recién empezado uno lo consume con gracia, despacio, lo saborea. En cambio, cuando el filtro se aproxima apuras las últimas caladas, quieres retenerlas y su sabor se vuelve irremediablemente más amargo. Imagínate fumar siempre colillas casi acabadas. Imagínate vivir una vida siempre así, a medias por estar constantemente pendiente de cuándo llegará el momento en que la tranquilidad te de plantón, dominada por el miedo de que la buena racha concluya. Es muy complicado. Sólo el viento puede comprenderlo, porque él es un experto en los efectos que causa su agitación sobre las distintas partículas con las que juguetea.
Y aunque asomarme a una ventana me gusta, los malos pensamientos me tientan, pero nunca, jamás, he sido capaz de saltar, del mismo modo en que tampoco he aprendido a apreciar el brillo, la sensación de estar bien, al menos no plenamente, debido a la pesadumbre causada por la incógnita de no saber lo que vendrá después.
Y cómo me gustaría dejarme llevar sin más, flotar vacía de inquietudes como cuando el mar me acaricia en pleno verano, y entonces todo es perfecto.
Alguna vez he pensado lo que pasaría si pudiera volver a atrás para remendar todo ese exceso de aciertos que me han llevado a errar de la peor forma posible. ¿Pero cómo hacerlo? Si ni siquiera sé a ciencia cierta cuáles fueron los triunfos que me perjudicaron. La sobrecarga de exigencia no es una respuesta precisa.
Lo único de lo que estoy convencida por mi condición, por la mía y por la de todos, es que no puedo resignarme, no debo aceptar la idea de que no es posible cambiar. No quiero conformarme. Ser ambicioso con tu propio caminar, ¿De qué manera puede perjudicar al resto?
Ojalá que todos encontréis vuestro sitio y si no, allá donde estéis, que no os importe.
Ojalá que yo me encuentre también.