martes, 29 de junio de 2010

Femme Fatale.


Ella, sí, ella.
¿Y quién es?
¿Cómo se ha atrevido?
Decrépita o sublime. O las dos cosas a la vez, pero nunca en el medio.
Tan contrariada... sus pensamientos tan volátiles como los de cualquier otro. Pero al caminar... al caminar cambia todo. Afronta cada paso como tratando de seguir el ritmo al que late el mundo. Con pasión, sin contoneo, pero con pasión.
El deseo lo cubre todo. ¿Sólo sexo o sexo con amor? Podría ser fugaz pero prefiere jugar a ser eterna cuando quiere ocupar el corazón de algún loco bohemio. Entonces, aunque se niegue a seducir, utiliza su cuerpo para que diga justo lo que ella quiere: sus ojos, sus hombros, sus manos. Domina los gestos, improvisa y crea un ángulo perfecto con su cara y su cuello. Matemáticas del placer de los sentidos. Matemáticas de la belleza.
Pero a veces se cansa y su cuerpo le estorba. No es posible divertirse toda la vida con un mismo juguete y el espejo puede ser en momentos muy cruel.
Se prepara veneno humeante en una taza y recuerda su vida en aquel cabaret, donde algún que otro amargado, después de remojar sus penas en alcohol, pretendía secarlas introduciéndole un billete en el canalillo.
Había perdido la fe en los hombres, en la humanidad, en la música, en el baile. Hasta aquel día en que el individuo trajeado de la mesa cuarta le demostró que mejor propina que un billete podía serlo una flor y creer en su talento.
A nadie le importaba esto, ¿Verdad? Ni lo que tenía en su corazón ni lo que le esperaba en casa. La gente parecía interesarse más por el número de hombres a los que puede conquistar una mujer si se empeña. Tonterías...
Desde el escenario uno puede aprender muchas cosas, aunque esté carcomido. Y la poesía se le daba bien. Y quedarse sin comer y sin cenar. Y destrozarse la vida... Pero después de unos cuantos amaneceres con sus lunas de plata, se mudaba la piel y salía a reconciliarse con el mundo. A buscar miradas y nuevas especulaciones. Entonces, se portaba mal. Deseaba herir un par de corazones o tres para resarcirse de tanto sufrimiento y no paraba hasta conseguirlo.
Una auténtica Femme Fatale. Todas las mujeres en una.
Vestía de negro. Se encendía un cigarrillo sólo por pasearlo entre sus dedos y por conferirle a sus manos un toque agresivo. Pero ni una calada... no daba ni una sóla calada. Luego la contradicción: cuando dejaba que algún hombre la desnudara, cruzaba los dedos tras su espalda rogando ternura (por lo menos que me bese el cuello).
En realidad, era un maldito ángel. Pero esto te lo cuento yo en secreto porque la gente sólo veía fuego al pasar a su lado. A una embustera. A una actriz de culebrón.
Tendrá ya 50 y ni una arruga le surca la mejilla ni su frente altiva.
Tiene un pacto con el diablo.
Y el hombre del cabaret, el del traje, aún le envía flores.