lunes, 17 de mayo de 2010

Ingrávida.



Tienen razón los que dicen que los ojos brillan de manera especial cuando uno está enamorado.
Pero no son sólo los ojos. La sonrisa luce más abierta, más sincera. La persona se mueve grácil, como ingrávida. Todo se transforma y ocurre así por un motivo bien simple:
Suele pasar, cuando uno está enamorado y dicho amor es supuestamente correspondido, que la vida se vuelve magia. De repente parece que todo en ella es posible, somos héroes de nuestro propio destino. Es fácil. Cualquier meta resulta alcanzable, no hay preocupaciones porque de repente nada se pone por delante. Los obstáculos del camino se tornan mero decorado. Atrezzo para nada enemigo.
La vida es coser y cantar cuando encuentras a esa persona a quien dárselo todo.
Y ahora, en este instante de extraña transición, observo a esos individuos que me son tan ajenos, inmersos en la arriesgada búsqueda de su mitad… y lo hago con bastante escepticismo y aún con más pereza.
El arte de la conquista, que ignoro de la forma más rotunda, me aborrece.
Pienso que debería ser de otra manera.
Algo tan sencillo como encontrarse casualmente, conocerse poco a poco e ir forjando un proyecto tan sólido que durara todas las vidas que nos echasen encima. (¿Idealismo?)
Pero sé que eso poco tiene que ver con la realidad.
La realidad nos lleva a poner muecas raras, a utilizar una voz de pito de lo más desagradable, nos vuelve ruidosos, ridículos y un poco estúpidos. Nos hace perder el control y en determinadas ocasiones, también la dignidad.
Hace ya cuatro años que una amiga me lo dijo y, aún así, no he logrado quitarme de encima esa frase, como tantas otras:
“Leona… lo que tú esperas es que el hombre ideal venga a buscarte directamente a la puerta de casa. Y vale, está bien eso de que el amor no se busca, sino que se encuentra. Pero para poder encontrarlo, tienes que moverte. Tienes que conocer.”
Jejejeje. Tenías toda la razón. Y aún así, las mejores historias han surgido cuando menos lo esperaba.
Dudo mucho que haya dejado de creer en las relaciones. El amor, como sentimiento, me lo llevo conmigo a todas partes, eso lo sé bien. Es sólo que, cuando encuentras ese alma perdida dispuesta a dejar que la salves, las cosas se complican, y lo lógico sería lo contrario.
No me gusta entender el amor como una lucha encarnizada: “Tienes que ser para mí y para nadie más”. “Tengo que conseguir que estés conmigo a toda costa”…
Debería ser más fluido… y más para siempre.
Parece que cada año la vida me va llevando a contemplar las cosas desde una perspectiva distinta. Y no tengo ni la menor idea de cuál fue la mejor. Bueno, miento. Esta respuesta sí me la sé:
Hubo una vez un alma que quise rescatar de entre las cenizas… sólo que, por algún extraño antojo o capricho, me desperté, en una preciosa cama, una cálida mañana de verano, completamente desorientada.
El pequeño almanaque de la mesilla que tenía a mi izquierda anunciaba que era 29 de julio.
Qué día…
Qué curioso día…
Mi cumpleaños.
Un pequeño papel doblado entre mis dedos.
Unas palabras escritas con caligrafía temblorosa: “Te he confiado mi alma a ti. Me pareció que tú aún la necesitabas más.”
Unas iniciales ponían punto y final a esa enigmática nota que lo cambió todo.
Y aquí viene la respuesta que conozco. De todas las perspectivas probadas con las que asomarme a la vida, la que me vino dada con ese alma nueva, sí fue la mejor.
Tu regalo acabó salvándome a mí, hombre misterioso. Tengo una deuda perpetua contigo.
El amor es, por tanto, una especie de renacimiento, de resurrección personal que, bien llevada, saca lo mejor de nuestra esencia.
Si algún libro recogiese “La Teoría de la Belleza” de manera universal, estoy convencida, completamente, de que hablaría sobre él. Lo describiría en todas sus múltiples facetas, sacando mil visiones de una única instantánea.
Pero no es posible. Incluso a aquellos que nos gusta contemplar historias henchidas de romanticismo, somos conscientes de que lo que hace única esta emoción es su espíritu volátil. No poder clasificarla, aunque Punset nos repita hasta la saciedad el peso que tienen en ella ciertas conexiones neuronales.
Y hablando de conexiones. Claro que estamos conectados.
No sé en qué momento justo sucede. Algunos dicen que al hacer el amor… es posible. Pero hay algo que te une de por vida a esa persona, por muy lejos que esté.
Lo que acabo de decir puede ser un consuelo o un martirio, como la esperanza: a veces cruel, otras agradecida. Pero algo siempre cambia.
El destino se sirve del azar, aunque parezca una absoluta contradicción.
Sé que no saldremos ilesos de esto. Tanto mejor. Al fin y al cabo, de lo que se trataba era de darle un giro necesario a los acontecimientos.
Nada volverá a ser como antes. Tanto mejor. El tiempo nos fue limitando.
Si lo piensas, incluso empezar de cero es excitante. Sobre todo porque de cero no se empieza. Conoces el terreno y por extensión, los recursos que te permitirán sacarle el mejor partido.
No soy positiva, ni optimista, ni ilusa, ni inconsciente.
Simplemente es lo mejor que se me ocurre escribir.
Si fuera positiva, optimista, ilusa o inconsciente, hablaría de todos esos lugares a los que tengo pendiente llevarte. De todas esas caricias nuevas que he inventando para ti. Del cuento que me gustaría, no escribirte, sino escribir contigo.
Pero no.
No es la táctica. Nunca he querido ganarme a nadie con mis palabras. Nunca he deseado que el éxito de mis pasos fuera directamente proporcional a la cantidad de promesas que puedo hacer por minuto. Así no se le ofrece estabilidad ni al más soñador de los poetas.
Lo dije y lo repito. Tengo un pasado. Un ayer en el que me entretenía escribiendo páginas con el fin de hechizar corazones salvajes.
Y sería bonito. Sería maravilloso que una simple carta tuviera el poder de darte justo lo que anhelas. De calarte tan hondo, de dejarte tan desnudo ante mí, que los secretos, los tropiezos, los incordios… se marcharan volando entre paréntesis.
La realidad, sin embargo, es que escribo por necesidad más que por otra cosa, y cuando lo que sale me gusta me doy con un canto en los dientes.

Pero… ¿Qué hay de las intenciones?
¿A caso no se pretende con el arte (aunque sea casero) conquistar una parte del mundo?
De eso, ya hablaremos otro día.

Foto: Habitación en Roma. La última película de Julio Medem.

1 comentario:

  1. "Pienso que debería ser de otra manera."
    Y yo, lo llevo pensando como dos meses.

    "Nos hace perder el control y en determinadas ocasiones, también la dignidad"

    :)

    "Nunca he querido ganarme a nadie con mis palabras."
    No me lo creo. Afirmaciones así de rotundas y frágilmente enlazadas con el resto del texto —a mi parecer— implican que se está pensando justo lo contrario de lo que se afirma de un modo literal —aunque es implícito. literalmente :) —.

    "La realidad, sin embargo, es que escribo por necesidad más que por otra cosa, y cuando lo que sale me gusta me doy con un canto en los dientes."
    Como dijo fulanito:
    "No escribo para salvar el mundo, escribo para salvarme a mi mismo"


    "¿A caso no se pretende con el arte (aunque sea casero) conquistar una parte del mundo?"
    Conquistar un trocito de las mentes de los demás para sentirnos unidos por un vínculo verdaderamente desinteresado —sino no es arte, es un intercambio comercial, aunque todo es así al nivel más bajo—. Y para conquistar tu libertad :P

    Saludos.

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