sábado, 11 de abril de 2009

Historias para no dormir...

¿Quieres que siga…?
Le preguntó Carolina al maniquí, pero no respondió. Aún así, ella siempre encontraba una buena excusa para justificarla: “el juego de dar y recibir placer no siempre es tan simple.”
Carolina acariciaba su torso desnudo, sus senos, convencida de que sólo una mujer es capaz de saber lo que otra necesita realmente. Y sí, esta idea la alentaba a continuar con esmero, con la combinación exacta de calma y furia, pero no obtenía respuesta alguna en su compañera.
“A veces no basta con no apartarse. Acercarse es importante también.”
Ella era una experta en esto. Todas sus relaciones, las que eran efímeras por acuerdo, y las que se prometían algo más, se habían caracterizado por ser la pobre tonta que da y nunca recibe. Y no le frustraba tanto el hecho de dar y no recibir, como que esta situación, alimentada por el temor a agobiar a la otra persona, le impedía entregarse plenamente, como quisiera.
Seguía amando a ese trozo de plástico que posaba sus ojos sobre ella, sin mirarla siquiera, y no podía evitar preguntarse cuándo sería el día en que pudiera conocer a alguien dispuesto s recibir y valorar todo lo que tenía.
Anhelaba muchas cosas. Anhelaba una relación con menos esperas, en la que no hiciese falta morderse las ganas, ni la lengua.
Anhelaba ser capaz de enfadarse lo suficiente como para mandar a paseo a todos aquellos que la creían capaz de entender y perdonar cualquier ausencia…
Y entre tanto sueño roto, entre tanta esperanza truncada, las manos le empezaron a doler. Notó mil cuchillas de hielo atravesándolas, y el calor de la llama, como remate final.
Se asustó.
No era capaz de explicarse lo que había ocurrido. Y el maniquí permaneció impasible, en un mundo del que ella jamás podría formar parte: la indiferencia, el dejar las cosas pasar sin tomar ningún partido.
Fue al cuarto de baño y se examinó frente al espejo. Reconoció lo que veía, pero sus manos estaban igual que lo habían estado siempre. Manos hechas para surcar la piel de otros.
Sólo cuando se mimó a sí misma, sólo cuando descubrió el tacto y el sabor de su propio cuerpo, consiguió que cesara el dolor. Desde ese día, la vida fue un poco menos cruel.

PD: Gracias por la inspiración.

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